viernes, 26 de noviembre de 2010

 
Puede que no tengamos la más remota idea de la estructura del ADN y que mitocondria nos suene sólo a palabra que usan en 'CSI', pero, de una manera u otra, todos acabamos hablando de genética bastante a menudo. A nuestro nivel, claro: comentarios como que alguien ha sacado las enormes orejas de su abuelo o que una familia parece propensa a alguna enfermedad. La periodista Inés García-Albi se dio cuenta de ese interés básico y cotidiano por las leyes de la herencia cuando empezó a compartir su vida con Marcos Isamat, doctor en Genética y Biología Molecular: de pronto, amigos que parecían ajenos a toda inquietud científica recurrían a ese experto que tenían tan a mano, para consultarle sobre el déficit de atención de un hijo, la amniocentesis a la que iban a someterse o, eterna pregunta, hasta qué punto el cáncer proyecta una sombra sobre el futuro de los descendientes.
También ella aprovechaba la cercanía de ese genetista de cabecera, que además presentaba la ventaja de ser claro y paciente en sus explicaciones. Tuvieron un hijo, tuvieron otro, y salieron bastante distintos: al cuestionar la razón de esa diferencia, Inés planteó sin saberlo uno de los interrogantes básicos de esta disciplina. Una noche, después de cenar con una tía lejana y comprobar su parecido casi sobrenatural con la madre de Marcos, la periodista decidió que ya era hora de organizar su curiosidad de manera más sistemática: el resultado es un libro titulado '¿Por qué mi hijo se parece a su abuela?', un diálogo en el que ella pregunta y Marcos responde, con bastante sentido del humor y la condición -durísima para un científico- de dejar a un lado eso que ellos llaman nomenclatura y que los demás solemos denominar jerga.
«Yo soy de letras y me pasa lo mismo que a muchos en este país, donde parece que la ciencia no entra en la cultura general -admite Inés-. Mucha gente se echa las manos a la cabeza porque algunos jóvenes no saben quién es Shakespeare, pero nadie se escandaliza si no tienes ni idea de quién es Morgan o de por qué Ramón y Cajal ganó el Nobel. En el libro se explica lo básico, esa noción que debe tener todo el mundo porque hoy está en la vida de todos». Antes de seguir, no se alarmen: Thomas Hunt Morgan fue un embriólogo estadounidense que demostró que los genes residen en cromosomas y que los cromosomas son el vehículo de la herencia, además de establecer la mosca de la fruta como modelo de estudio animal en la genética contemporánea, mientras que Ramón y Cajal fue reconocido por sus trabajos sobre las células nerviosas. Disimulen, que no se ha notado.
A lo largo del volumen van apareciendo consideraciones muy curiosas: Marcos nos recuerda, por ejemplo, que alguien puede tener ocho apellidos vascos, sin que eso descarte que sus ocho tatarabuelas fuesen etíopes, o nos descubre el interés científico por el genoma de los argentinos, en el que se ha integrado material de orígenes muy diversos en muy poco tiempo, incluido un 3% de raza negra que suele sorprender a los propios habitantes del país. Pero el propósito fundamental consiste en brindar de forma clara los conocimientos fundamentales sobre genética. ¿Qué deberíamos saber para no tener que confesarnos analfabetos en la materia? «A estas alturas tendría que estar claro qué es un gen, cómo está escrito y cómo se descodifica -responde Marcos, mientras un escalofrío de vergüenza recorre la espalda de su oyente menos preparado-. Que la expresión de ese gen produce una proteína y que no todos los genes se expresan a la vez: unos tienen que hacerlo en un momento dado del desarrollo embrionario; otros, después de haber ingerido comida o haber recibido luz solar... Eso quizá sería lo más básico. Todo el mundo debería saber que tenemos 46 cromosomas. Y mucha gente no es capaz a estas alturas de situar el gen dentro de un cromosoma, ni sabe qué significa el genoma».
Marcos e Inés emplean en el libro una metáfora muy útil: si vemos el genoma como una enciclopedia, el cromosoma equivaldría al tomo y el gen sería cada palabra. A menudo, los profanos olvidamos que la genética habla de cosas materiales, con peso y tamaño: «Es cierto, existe esa sensación de que el gen es algo etéreo, y no: se trata de una cosa física que está en todas y cada una de nuestras células y es la base de toda la vida, desde los virus hasta las ballenas». Tampoco solemos reparar en que, cuando hablamos de heredar rasgos como la facilidad para aprender idiomas, nos referimos también a algo físico, tan elemental como lo grande o pequeña que tenemos una parte del cuerpo: «Está claro que, igual que hay variaciones en la forma de la nariz y las orejas o en el color de la piel y los ojos, ciertos dispositivos del cerebro tienen la misma variabilidad y heredabilidad. Cuanto más extensa sea el área lingüística, más conexiones puedes tener en ella. Eso sí, aunque heredes un área muy grande, luego tienes que rellenarla».
Odio a la gimnasia
¿A un genetista también le sorprende reconocerse en su prole? «Hay algunos momentos: mi hijo, un día, se levanta y dice que no quiere ir a gimnasia. Y yo pienso: vaya, yo también lo decía y nunca se lo he contado. O está su forma de dormir: puede meterse en la cama a las nueve de la noche y despertarse a las diez de la mañana, cosa que a mí también me pasa y que en Inés sería imposible», repasa Marcos. Habla, por supuesto, de su hijo mayor, Fabián, porque el pequeño, Mateo, es completamente distinto y más parecido a la madre. Pero el especialista subraya que esa disparidad es natural: «Es cierto que existen familias con un físico casi clónico, pero a lo mejor en la forma de ser no se parecen en nada. Estamos hechos de muchas cosas y nos fijamos sólo en pequeños rasgos. Es una herencia de 25.000 genes a la vez y las combinaciones son muchísimas».
Dentro de ese legado está la propensión a padecer algunas enfermedades. Las hay producidas por un solo gen, como la hemofilia o el síndrome X frágil, pero la mayoría son poligénicas y están muy influidas por el entorno: «A lo mejor tienes una mayor predisposición al colesterol, pero puedes controlar la dieta o empezar a tratarte veinte años antes. No todo el mundo responde a la gripe igual, eso también depende de los genes. Y un mismo impacto puede romper la tibia de una persona y no la de otra. En estas enfermedades, la predicción de tu probabilidad es mucho más compleja». Está, finalmente, el cáncer, genético pero no hereditario, excepto en algunas variedades donde sí existe una predisposición familiar. Los avances en la aplicación de la genética darán lugar a una medicina cada vez más personalizada y centrada en la predicción, en tomar la delantera a la enfermedad. Y viviremos más: «La longevidad está programada en nuestro genoma, se conoce la base molecular de ese envejecimiento y hay ratones, mamíferos como nosotros, a los que les han alargado la vida un 40% -resume Marcos-. En longevidad humana se suele hablar de tribus y etnias de centenarios y siempre se mira lo que comen, pero ya puedes comer eso mismo, que si tu programa es más corto...».

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